¿TIENE IMPORTANCIA EL ASUNTO?
¿Importa que podamos creer o no en los documentos que constituyen el Nuevo Testamento? ¿Es de tanta importancia el que podamos aceptarlos como documentos históricos dignos de crédito? Personas hay que muy confiadamente contestan en forma negativa las dos preguntas formuladas. Alegan que los principios fundamentales del cristianismo están formulados en el Sermón del Monte y en otras porciones del Nuevo Testamento; que su validez no se ve afectada por la veracidad o falsedad del marco de la narración que están engarzados y, hasta podría suceder, —agregan—, que no estemos muy seguros del Maestro en cuyos labios se colocan tales palabras; que el relato de Jesús, tal cual nos ha llegado hasta el presente, puede ser mito o leyenda, pero que la enseñanza que se le adjudica, —sea Él el responsable de ella o no—, tiene un valor intrínseco propio, de modo que la persona que la acepta y la vive puede ser un cristiano verdadero, aunque crea que Cristo jamás existió.
El argumento parece muy plausible y, en verdad, puede aplicarse a ciertas religiones. Se puede decir, por ejemplo, que la ética del confucianismo tiene un valor independiente de la narración de la vida del mismo Confucio. Lo mismo puede decirse de la filosofía de Platón que puede ser considerada tomando en consideración sus méritos innatos, totalmente separada de las tradiciones que nos han llegado sobre la vida de Platón y del problema de cuánto le debe a Sócrates. Pero si se quiere aplicar el argumento al Nuevo Testamento, es preciso ignorar la esencia real del cristianismo; porque el evangelio cristiano no es, fundamentalmente, un código de ética o un sistema metafísico. Es, en primer lugar y por encima de todo, Buenas Nuevas, tal como fueron proclamadas por los primeros predicadores. Es verdad que llamaron "el Camino" y "la Vida" al cristianismo (Hch_9:2; Hch_19:9,Hch_19:23; Hch_22:4; Hch_24:14,Hch_24:22 y Hch_5:20); pero el cristianismo es un Camino de Vida solamente cuando es aceptado como Buenas Nuevas, y tales Buenas Nuevas se hallan ligadas íntimamente con el orden histórico, porque nos informan cómo Dios penetró en los límites de la historia; cómo el Eterno se unió al tiempo; cómo el Reino de Dios invadió los dominios de la tierra, y todo ello en los grandes eventos de la Encamación, Crucifixión y Resurrección del Señor Jesucristo. Las primeras palabras que relatan el ministerio público del Señor y su predicación pública en Galilea, dicen: "El tiempo es cumplido, y el Reino de Dios está cerca. Arrepentios y creed al Evangelio" (Mar_1:15).
Que el cristianismo tiene enclavadas las raíces en la historia lo muestra el hecho de que el credo más antiguo de la Iglesia atribuye la revelación suprema de Dios en un momento dado del tiempo cuando dice que "Jesucristo, su Hijo Unigénito, nuestro Señor. . . padeció bajo Poncio Pilato". Y tal perennidad histórica del cristianismo, que lo distingue de todos los sistemas religiosos y de todos los sistemas filosóficos que no guardan ninguna relación especial con ningún momento de tiempo particular, hace que la confianza que inspiren los documentos que pretendan narrar esa revelación, sea asunto de capital importancia.
Se nos puede decir que, aunque se admite que la verdad de la fe cristiana se halla unida íntimamente con la historicidad del Nuevo Testamento, el problema de la historicidad de esos documentos carece de importancia para quienes niegan la verdad del cristianismo basados en otras consideraciones. Pero el cristiano puede contestar que la historicidad del Nuevo Testamento y la verdad del cristianismo no dejan de ser menos vitales en su importancia para la humanidad por el hecho de que sean ignoradas o negadas, y resulta que la veracidad de la documentación del Nuevo Testamento es, también, un asunto de suma importancia porque se basa sobre un terreno puramente histórico. Las palabras que siguen, provenientes del historiador Lecky, quien no creía en una religión re vejada, se citan con frecuencia a los efectos que estamos considerando:
El carácter de Jesús no sólo ha sido el modelo más elevado de virtudes, sino
también el incentivo más poderoso para practicarlas, y ha ejercido una
influencia tan profunda que puede decirse con toda verdad que el simple
relato de tres años cortos de vida activa, ha hecho más para regenerar
y suavizar la humanidad, que todas las disquisiciones de los filósofos y las
exhortaciones de los moralistas
(W. E. Lecky, History of European Moráis, ii, p. 88, 1869).
Pero el carácter de Jesús puede conocerse solamente a través de la documentación del Nuevo Testamento; por consiguiente, la influencia de su carácter es equivalente, por tanto, a la influencia de los anales del Nuevo Testamento. ¿No resultaría paradójico, en consecuencia, que los anales que producen semejantes resultados, según lo testifica un historiador racionalista careciesen de verdad histórica? Naturalmente, esto no prueba de por sí la historicidad de tales documentos, porque la historia está llena de paradojas; pero sí aporta una razón adicional para que se investigue seriamente la veracidad de los relatos que tanta resonancia han tenido, y tienen, en la historia de la humanidad. Si nuestro interés es teológico o histórico no tiene importancia por el momento; pero sí importa saber si los documentos del Nuevo Testamento son fidedignos o no.