Japón se enfrenta a una situación única, una especie de experimento energético a gran escala sin precedentes. Desde Fukushima, el país comenzó a apagar poco a poco sus 54 reactores atómicos y ahora solo hay dos en marcha. En mayo no quedará ninguno funcionando, con lo que está en riesgo el suministro eléctrico en verano. Japón está dispuesto a pagar el precio que sea necesario para garantizar la seguridad nuclear.
En la costa nororiental de Japón, a 450 kilómetros de Tokio, duerme al final de una estrecha carretera que serpentea entre el bosque y el mar la central nuclear de Onagawa. La planta, que tiene una unidad de 524 megavatios y dos de 825 megavatios, sufrió un incendio, la interrupción de algunas de las líneas de suministro eléctrico y otros daños durante el terremoto y el tsunami del 11 de marzo del año pasado. Aún así, logró escapar a un desastre de grandes proporciones porque se encontraba a 14,8 metros sobre el nivel del mar y fue diseñada para un tsunami de una altura de 9,1 metros, mientras la planta de Fukushima 1 estaba a 10 metros y fue diseñada para un maremoto máximo de 5,7 metros.
Dos de los reactores de Onagawa fueron llevados a parada fría el mismo día del desastre; el tercero, el día siguiente. Como consecuencia del terremoto, el terreno sobre el que se asienta la planta descendió un metro. Más de 300 personas se refugiaron en la central tras la catástrofe. Un total de 922 de los 10.016 habitantes de la cercana población de Onagawa fallecieron o desaparecieron con el terremoto y el tsunami; 3.261 casas resultaron destruidas. Algunos edificios de varios pisos volteados como juguetes salpican aún la inmensa explanada vacía frente al mar, antes repleta de edificios. En algunas playas, es posible ver todavía coches hundidos en la arena. Un año después del maremoto, los reactores de Onagawa continúan apagados. Es un caso generalizado. Solo dos de los 54 reactores que tiene Japón siguen en funcionamiento.
Algunos quedaron dañados irremediablemente por el terremoto (como los seis de Fukushima) y otros están inmersos en costosas obras de seguridad. En unas fue el miedo del Ejecutivo a que se repitiera un Fukushima. Es el caso de Hamaoka, situada sobre la unión de tres placas tectónicas y donde el Gobierno cree probable que haya un gran terremoto.
El país ha aumentado la importación de fuel-oil, gas y carbón para producir electricidad y cubrir la bajada de la nculear, que hasta 2010 cubría el 30% de la demanda eléctrica de Japón.
El apagón ha tenido enormes repercusiones en la economía japonesa. En 2011, el país aumentó sus importaciones de combustibles fósiles de 169.000 millones de euros a 211.000. Ese incremento contribuyó decisivamente a que el país registrara en 2011 su primer déficit comercial desde 1980, un desequilibrio que ha aumentado en los dos primeros meses de este año, conforme ha crecido el número de nucleares en parada. El país ha aumentado la importación de fuel-oil, gas y carbón para producir electricidad y cubrir la bajada de la nculear, que hasta 2010 cubría el 30% de la demanda eléctrica de Japón. La venta de gas ruso a Japón subió el año pasado un 62%. Incluso la española Gas Natural-Fenosa vendió el año pasado tres buques con gas natural a Japón, un destino poco habitual.
Los habitantes de Onagawa se debaten entre el miedo a la energía nuclear y la necesidad de conservar la instalación, debido a los empleos y los beneficios que proporciona a la localidad, quizás más necesitada que nunca de puestos de trabajo. “Me preocupa, pero si es cerrada sufrirá la economía de la zona. Prefiero que la vuelvan a poner en marcha de forma segura”, dice Yuka Kimura, de 43 años, que regenta el restaurante Nuevo Konori, en un edificio prefabricado junto a la carretera que lleva a la planta. Sus clientes son principalmente trabajadores de la instalación nuclear. Su anterior restaurante fue destruido por el tsunami. Asae Kimura, otra vecina, de 69 años, reconoce que tiene también sentimientos enfrentados, pero opta por su clausura. “Nuestra economía depende mucho de la planta de Onagawa, pero preferiría que fuera cerrada”, dice camino de la casa prefabricada en la que vive.
La situación se agravará en verano. Los únicos dos reactores que funcionan tienen prevista su parada a principios de mayo como muy tarde, mientras que los que están en parada necesitan el permiso de las autoridades locales para arrancar. Y estas son muy reacias. El país ha superado sin apagones el invierno y en Tokio aparentemente han vuelto las luces de neón y las escaleras mecánicas al metro, que fueron apagadas inicialmente para ahorrar. Sin embargo, es con el calor húmedo del verano cuando Japón tiene su pico de demanda eléctrica. Y cuando más puede echar en falta sus nucleares.
El ministro de Energía, Yukio Edano, ha declarado: “Un balance ajustado entre demanda y generación [eléctrica] no afecta a nuestras decisiones sobre la seguridad nuclear”. Es decir, que no acelerarán la conexión de las nucleares pese a que seis eléctricas calculan que no podrán cubrir la punta de demanda del verano.
Para Nobuo Soekawa, de 51 años, director de comunicación de la central, Japón no puede prescindir de la energía nuclear. “Consideramos que es una parte inevitable de la política energética nacional. Japón no tiene recursos. No sabemos cuándo será puesta en marcha de nuevo esta planta. Para ello, necesitamos la comprensión local y el visto bueno de la prefectura de Miyagi y de los Gobiernos de Ishinomaki y Onagawa (en cuyos términos municipales se encuentra)”, explica. Soekawa asegura que en la instalación trabajan unas 1.800 personas, dos tercios de las cuales pertenecen a suministradores y contratas. Unas 1.000 personas son de Onagawa e Ishinomaki.
Muchos japoneses no se habían planteado antes la conveniencia de la energía nuclear. Ahora, se muestran recelosos y defienden el desarrollo de las renovables, pero reconocen la dificultad de prescindir rápidamente de la energía atómica.