Siria lleva a territorio turco las lacras de su guerra civil

Siria lleva a territorio turco las lacras de su guerra civil 

En otras circunstancias, podría decirse que las vistas en Yayladagi son privilegiadas. En los días soleados, que son casi todos, el reflejo en las hojas de los olivos tiñe de verde las colinas que rodean esta localidad de la frontera turco-siria. «Allí, al oeste, queda Yisr Al Shugur. Enfrente, Idlib. Al este, siguiendo la carretera, Latakia», nos explica Ahmet, que vive como refugiado en el campamento a las afueras del pueblo.

Nos cuenta que escapó de Yisr Al Shugur en agosto, cuando las cosas se pusieron de verdad feas. Decidió poner a salvo a su familia, y con ellos se fue a las montañas. «En aquel momento era más fácil cruzar, no había tantas minas ni francotiradores», cuenta. Se aprendió tan bien el camino, que ahora vuelve a hacerlo al menos una vez por semana, ayudando a cruzar a otros grupos de civiles que tratan de escapar. Ahmet, naturalmente, no es su verdadero nombre. «Cuando hay un grupo preparado, me llaman».
Pero el paso de frontera es complicado y peligroso. Desde hace meses, el régimen sirio ha puesto todo su empeño en evitar que el goteo constante de refugiados a los países vecinos se convierta en un torrente. «A veces, cuando sorprenden a un grupo, disparan a los pies de la gente», asegura Ahmet. «Yo conozco bien los pasos», dice, haciendo gestos serpenteantes con la mano. «Pero la cosa se ha puesto difícil. Hay muchos soldados desertores que pasaron a Turquía y ahora quieren volver a cruzar, pero no encuentran un camino», cuenta.

Y es que el conflicto en la vecina Siria está poniendo a Turquía en una situación cada vez más difícil. Las autoridades turcas insisten en que los conflictos que le genera la guerra y la represión en Siria son ya «un problema interno», y que intervendrán para crear una «zona tapón» si el número de refugiados se dispara y llega a afectar a la «seguridad nacional».

«Los turcos nos tratan bien aquí en los campos. No son ideales, pero al menos hay comida, y seguridad. Es como seguir en Siria, estamos todo el día pendiente de la actualidad, con las noticias puestas en la televisión», afirma Ahmet. «La única crítica que les hago es que como siguen llegando nuevos refugiados, el Gobierno se olvida de los antiguos», añade.

Vínculos con la oposición
El Gobierno turco mantiene fuertes vínculos con la oposición siria, a la que asesora y le permite operar desde su territorio. Ahora, estos opositores, especialmente los miembros del Consejo Nacional Sirio (CNS), presionan para que Turquía se implique más a fondo en el conflicto. «Estamos pidiendo que se cree inmediatamente una “zona tapón” para proteger a los cientos de miles de desplazados dentro de Siria. Los políticos hablan sobre ello, pero no ha habido pasos concretos», afirma Jaled Joya, un prominente miembro del CNS.

Otros partidos turcos se muestran muy críticos con la idea, de la que sospechan que viene de fuera. «Hay quien evita comprometerse en Siria e intenta que lo haga Turquía», declaró ayer Kemal Kiliçdaroglu, líder del opositor Partido Republicano. «EE.UU., Gran Bretaña y Francia parecen decididos a evitar una implicación militar en Siria. ¿Por qué deberíamos meternos allí? Siria es nuestra vecina, nuestra hermana».

En todo caso, dicha iniciativa, que requeriría el envío de tropas a territorio sirio, con todas las consecuencias que ello implica, parece lejos de ser inminente. En primer lugar, el Gobierno ha indicado que buscaría algún tipo de legitimidad internacional para lanzar la operación (por ejemplo, a través de una resolución de Naciones Unidas). Además, se han puesto en marcha planes para alojar hasta a medio millón de refugiados. Lo que da idea de que Turquía se prepara para una larga crisis

Escondidos en los bosques
Las cifras de refugiados son altas, pero por ahora «manejables». En las últimas jornadas, como mínimo, unas 200 personas atraviesan la frontera cada día. Hasta ahora, el número de desplazados sirios en suelo turco se eleva a unos 16.000. Y no parece que el flujo vaya a remitir. «Debe haber unas 2.000 personas en los bosques al otro lado, esperando para cruzar» a través de territorio minado, explica un discreto soldado que desertó hace tres días, y que ahora pretende unirse al Ejército Sirio Libre (ESL).

«Vienen de Alepo, de Idlib, de Latakia, de Yisr Al Shugur… Los de Homs se van al Líbano, y los de Daraa, a Jordania», cuenta Ahmet. Que la región de Hatay se haya convertido en el puerto de llegada preferente les parece inevitable: casi todo el mundo tiene parientes al otro lado de la frontera. De hecho, esta provincia era parte de Siria hasta los años 30, cuando fue cedida a Turquía por la Administración colonial francesa, que orquestó un referéndum hoy cuestionado por la mayoría de los historiadores sirios. La población de Hatay habla, de hecho, más árabe que turco en su vida diaria.

En esta zona, en Apaydin, está también el campo que aloja a los desertores del Ejército Sirio Libre, en el que reside su líder y fundador, el coronel Riad Al Asaad. Aunque el Gobierno turco prohíbe a los insurgentes portar armas en suelo turco, les permite utilizar su territorio como retaguardia. La inteligencia turca calcula que la cifra de desertores es de unos 60.000, de los que casi la mitad abandonaron su regimiento en el último mes, según el diario turco «Hürriyet Daily News». El número de militares sirios que se pasan a los rebeldes se acelera rápidamente: a principios de marzo, lo hicieron más de medio centenar de oficiales, entre ellos seis generales de brigada. «Ahora mismo, el ESL carece de armamento, pero hay más y más sectores del Ejército dispuestos a desertar. Sin embargo, la deserción es una acción muy peligrosa porque no hay zonas seguras a las que puedan dirigirse los desertores. Eso es algo que podría resolver una zona tapón en el norte de Siria», afirma Joya, un desertor. «Además, una zona así defendida militarmente ayudaría a que unidades enteras desertasen de golpe, llevándose armamento pesado y blindados con ellos», asegura.

La moral en el seno del ejército gubernamental es mucho menos firme de lo que aparenta, asegura Hamad, un teniente originario de Yebel Zawiya que desertó hace pocas semanas. «Ahora mismo hay muchos soldados que, ante la imposibilidad de abandonar su unidad, se dedican a ayudar a la insurgencia. Incluso hay alauíes que les venden sus balas a los rebeldes», cuenta. Pero estos comentarios apenas ocultan la frustración por la falta de ayuda internacional. El teniente Hamad se muestra muy pesimista: «Ya solo esperamos ayuda del cielo», dice, apuntando con el índice hacia las nubes.