La influencia del movimiento islamista radical Ansar Dine (Defensores del Islam) se ha disparado a las pocas semanas de nacer en el norte de Malí. De la mano de su fundador, el tuareg Iyad Ag Ghali, trata de imponer la «sharía» (ley islámica) en este país africano corazón de la castigada franja del Sahel. La mítica ciudad de Tombuctú se percibe ya como el centro del que pretende ser su califato. El país con un noventa por ciento de la población musulmana, pero, en líneas generales, se halla alejada de tendencias radacales.
«Es una obligación para nosotros luchar por la aplicación de la sharía en Malí», ha dicho Cheikh Ag Aoussa, mano derecha de Ag Ghali, en un vídeo al que ha tenido acceso la agencia France Presse. Las imágenes muestran al fundador de Ansar Dine, luciendo prominente barba y vestido de blanco, rezando delante de un grupo de hombres armados. El vídeo, de 13 minutos, ha salido a la luz coincidiendo con la entrada a primeros de abril de Ag Gahli y sus hombres en Tombuctú, donde se han hecho fuertes.
Tombuctú, meca de viajeros y aventureros desde hace siglos y guardiana de la historia del desierto del Sahara por sus ricos archivos, ya era en los últimos años un lugar peligroso para los turistas. Ahora más todavía. Las patrullas por las calles de hombres armados de Ansar Dine presionan a las mujeres para que se tapen más y a la población a frecuentar más las mezquitas.
«Pedimos a nuestros hermanos y las familias de la provincia de Tombuctú que nos ayuden para propagar la religión islámica, garantizar la seguridad, la justicia y la equidad así como propagar el bien y luchar contra el mal», dijo Ag Ghali a través de un comunicado publicado por la agencia de información mauritana ANI.
Pero a pesar de todo, por un personaje tan conocido como Ag Ghali, de gran predicamento en la región, pasan los intentos de pacificar un país sumido en la violencia terrorista y de la guerrilla independiente tuareg, azotado por la hambruna y asomado al precipicio de la inestabilidad política y diplomática tras el golpe de estado que dio un grupo de militares el pasado 22 de marzo.
Este caos es el que ha propiciado que Tombuctú, Gao y Kidal, las tres provincias norteñas que ocupan más de la mitad de los 1,25 millones de kilómetros cuadrados de país, permanezcan separadas de facto del poder central de Bamako, la capital, desde hace una semana. Desde entonces los rebeldes tuareg han decretado la independencia del territorio y los slafistas hacen ondear sus banderas negras en los edificios oficiales.
Esta porción del inmenso desierto del Sahara ha sido escenario de choques entre tuaregs y yihadistas con el maltrecho Ejército malí desde mediados de enero. Una de las batallas más cruentas se libró en Aguelhok, donde aparecieron los cadáveres degollados de decenas de soldados malíes. El vídeo de Ansar Dine muestra algunos de los cadáveres y a varios de los militares detenidos que, según el grupo salafista, ahora se han unido a sus filas.
Unos 200.000 habitantes han huido del conflicto en las últimas semanas, la mitad aproximadamente se han refugiado en países vecinos. Mientras, la asonada en Bamako ha acabado por dar la puntilla a los militares. El vacío de poder oficial ha sido aprovechado de inmediato y los guerrilleros independentistas y los salafistas no han tardado en proclamar su autoridad en las tres provincias.
Dos rehenes españoles
Ansar Dine cuenta con el apoyo de las células de la banda terrorista más influyente de la región, Al Qaida del Magreb Islámico (AQMI), que ha convertido el norte de Malí en su principal santuario. Es aquí donde mantienen secuestrados a una docena de rehenes occidentales, dos de ellos son los cooperantes españoles Ainhoa Fernández y Enric Gonyalons. Su captura, hace seis meses en el suroeste de Argelia, fue reivindicada en diciembre por el grupo escindido de AQMI denominado Movimiento por la Unidad y la Yihad en el Oeste de África (MUJAO).
En Tombuctú han sido vistos junto al fundador de Ansar Dine algunos de los jefes de AQMI, como Omar Belmojtar, que entre 2009 y 2010 mantuvo secuestrados a tres cooperantes catalanes, o Abdelhamid Abú Zeid. Iyad Ag Ghali, originario de de Kidal, ha alcanzado fama también como negociador entre estos líderes terroristas y las autoridades que tratan de liberar a esos rehenes cuyos rescates son el principal sustento financiero de los terroristas.
Antes de erigirse en autoridad salafista, Ag Ghali fue uno de los pilares de la guerrilla tuareg que a principios de los años noventa se levantó contra las autoridades de Bamako para intentar conseguir la independencia del que consideran su territorio, al que llaman Azawad y que ocupa el norte de Malí.
Ag Ghali acabó acogiéndose a los acuerdos de paz y el presidente Amadou Toumani Touré lo envió años después como diplomático al consulado malí en Yeda (Arabia Saudí). De allí regresó en 2010. El plan de mantenerlo alejado del Sahel no le salió bien al presidente ahora depuesto.
El Movimiento Nacional de Liberación de Azawad (MNLA), principal grupo rebelde tuareg, es laico, pero ha encontrado en los yihadistas un aliado coyuntural a la hora de desestabilizar al gobierno central, que hasta el 22 de marzo encabezaba el presidente Amadou Toumani Touré. El depuesto ATT, como es conocido, presentó su dimisión el pasado domingo por carta para tratar de impulsar un pacto que acerque a Malí al final de una crisis que todavía se ve lejano.
¿Han cortado brazos?
«Ansar Dine no sabe más que de Malí y la sharía», ha declarado Ag Ghali a través de un portavoz al semanaraio «Jeune Afrique». Sus palabras reflejan su ideario islamista por encima de las pretensiones nacionalistas y separatistas de los guerrilleros tuareg. «No hay problemas entre el MNLA y nosotros. Ellos siguen su camino y nosotros el nuestro», añade.
¿Han cortado ustedes brazos en Tombuctú? Le pregunta el reportero de la revista a través del teléfono. Pero Ag Ghali se calla. «Esta pregunta no tendrá respuesta».