Hola, soy el Papa

Desde que la fumata blanca de la Capilla Sixtina marcara el pasado 13 de marzo el inicio de su pontificado, el argentino Jorge Mario Bergoglio ha procurado dejar su particular sello en cada uno de los movimientos que ha protagonizado, sembrando cierta inquietud entre la Curia, habituada al perfil más cauto de sus antecesores.
La divulgación de varias llamadas personales que el Papa Francisco ha realizado por iniciativa propia fue recibida con estupefacción por la jerarquía romana. Lo excepcional de esta actuación obligó al portavoz de la Santa Sede, Federico Lombardi, a salir al paso y atribuir al Pontífice una suerte de 'prerrogativa telefónica'.
Anna Romano, de 35 años, no albergaba muchas esperanzas cuando metió en el buzón de correos una carta en cuya dirección escribió simplemente 'Su Santidad Francisco, Ciudad del Vaticano'. La misiva había sido un respiro en el infierno que soportaba desde que descubrió que estaba embarazada de un hombre con una vida familiar paralela que le había ocultado hasta entonces. Inmersa en un mar de dudas sobre si debía abortar o no, Anna decidió pedir auxilio al Papa. Transcurrieron semanas. Un lapso en el que Anna trató de recuperar la entereza cuando, una tarde cualquiera, sonó el teléfono de la casa de sus padres, en la que se refugió para digerir el trago. La primera reacción fue de incredulidad. «Pensaba que se trataba de una broma», confesó en una entrevista a 'Il Corriere della Sera', «pero cuando empezó a comentarme el contenido de la carta comencé a creérmelo». Era el mismísimo Francisco, el máximo representante de la Iglesia católica, quien había marcado su número para ofrecerle su apoyo. El Pontífice se ofreció incluso a bautizar al pequeño.
Pero este gesto de humanidad, inédito en una figura adscrita tradicionalmente a un perfil más distante, no había sido el primero. A comienzos de agosto 'Il Messaggero' publicó la historia de Michele Ferri, con un drama personal que ya había saltado a los medios unos meses antes. Su hermano Andrea fue brutalmente asesinado por uno de sus empleados, un joven macedonio a quien trataba como a un hijo. Michele buscó, como Anna, un ápice de alivio con una carta remitida al Santo Padre. Ferri reprochaba a Dios la tragedia. No esperaba que fuera el propio Francisco quien durante una conversación telefónica de diez minutos le ofreciera aliento para salvaguardar su maltrecha fe.
Semanas después, el Papa Francisco telefoneó a la madre del músico argentino de rock Gustavo Cerati, en estado de coma por un derrame cerebral desde 2010. «Su testimonio, su valentía en ese seguir esperando me hacen bien», le dijo el Pontífice a la madre de Cerati.
La espontaneidad de Francisco no ha dejado indiferente a nadie. El Vaticano ni niega ni confirma estas llamadas. Federico Lombardi, ni confirma ni desmiente los hechos. «Se trata de asuntos privados».