El genocidio de Obama


MIAMI, Florida - Durante su campaña por la presidencia en el año 2008 Barack Obama, en concordancia con su ideología de izquierda materialista y atea, no ocultó en momento alguno su condición de vehemente promotor del aborto como instrumento de política pública. A tal extremo que, durante uno de sus discursos de campaña en el estado de Pensilvania, llegó a decir, y cito textualmente, “yo tengo dos hijas y, si alguna de ellas comete un error, yo no quiero castigarlas con un hijo”. Sin embargo, eso no fue obstáculo para que el 54 por ciento de los norteamericanos que se identificaron a sí mismos como católicos votaran en noviembre de 2008 por este auto proclamado Mesías que ahora usa como estrategia para perpetuarse en el poder la división y la envidia.


Tres años después hemos llegado a la confrontación inevitable donde se decidirá el destino de este país no solo como faro de la democracia sino de las fuerzas espirituales y de la compasión humana en el mundo. Porque de nada valen la prosperidad económica ni la hegemonía militar si no van acompañadas de principios morales. Obama y su camarilla de la izquierda virulenta han utilizado el Caballo de Troya de su plan de salud (Obamacare) para plantar la bandera de su cultura de la muerte en medio de una ciudadanía que la rechaza en forma mayoritaria. Entre los literalmente miles de proyectos y programas dentro del plan de salud se estipula que todos los empleadores, independientemente de sus principios o creencias, están en la obligación de incluir en los seguros para sus empleados servicios anticonceptivos, entre los que obviamente se encuentra el aborto.

Como era de esperar, la reacción tanto de la Iglesia Católica Norteamericana como de otras denominaciones religiosas ha sido enérgica e inmediata. Con sus centenares de hospitales y millares de escuelas, estas iglesias se encuentran entre los mayores empleadores de este país y, por lo tanto, confrontan la terrible opción de violar su conciencia o violar la ley. Para hombres y mujeres de principios y de fe la decisión es obvia. Y, como para que no queden dudas, muchos de sus prelados han procedido a trazar una línea profunda en la arena movediza de la demagogia que predomina por estos días en la política norteamericana.

El primero en salir en defensa de los no nacidos ha sido el Obispo Católico David Zubik, de la ciudad de Pittsburgh, en Pensilvania. El obispo ha dicho: “Todo este procedimiento de hacer que estas directrices sean obligatorias socava el proceso democrático y, desde el gobierno, declara que el embarazo es una enfermedad y se obliga a la sociedad a aceptar una cultura de la anticoncepción y del aborto”. Por su parte, Timothy Dolan, Arzobispo de la ciudad de Nueva York y presidente de la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos, haciendo referencia al plazo perentorio de un año dado por la administración Obama para el cumplimiento de esta ley, ha dicho: “En la práctica, el presidente nos está diciendo que tenemos un año para encontrar la manera de vulnerar nuestra conciencia”.

La batalla, por otra parte, será cruenta porque las fuerzas seculares han estado perdiendo terreno en los últimos años y están además preocupadas ante la muy probable derrota de Obama en las próximas elecciones. Una simple mirada a las estadísticas ilustra la situación. Según la prestigiosa encuestadora Gallup, en 1995 un 56 por ciento de los norteamericanos se declararon a favor del aborto mientras solamente un 33 por ciento se proclamaron defensores de la vida. Catorce años más tarde, en el 2009, el panorama había cambiado en forma radical con un 51 por ciento declarándose defensores de la vida y un 42 por ciento partidarios del aborto.

Si tomamos en cuenta estas cifras y su posible impacto en las próximas elecciones, Obama ha dado un paso peligroso para calmar las exigencias de su flanco izquierdo. Un flanco izquierdo que objeta interrogatorios agresivos contra terroristas, se opone a hacer la guerra contra los enemigos de los Estados Unidos y tiene más compasión por los fundamentalistas que mataron a tres mil de sus compatriotas en las Torres Gemelas de Nueva York que por criaturas sobre cuyos hombros descansará un día el futuro de la patria norteamericana.

Este error de cálculo podría muy bien costarle la presidencia. Sobre todo, si los católicos tenemos vergüenza y acudimos masivamente a las urnas para enmendar el entuerto al cual contribuimos en el 2008. Y más que nada, para poner fin al genocidio que ha desatado este ideólogo sobre seres indefensos al poner el terrible poder de la vida y de la muerte en manos de gentes que jamás debió haber sido bendecida con la posibilidad de ser padres. Gentes que pusieron el placer sexual por encima de su misión como copartícipes en la obra sagrada del plan divino contenido en el mandato sublime de “creceos y multiplicaos”.

A quienes objeten a mi calificativo de genocidio los remito a las estadísticas acumuladas por notorios genocidas en la historia reciente de la humanidad. Pero, en honor a la brevedad, me limitare a uno que se llamó Adolfo Hitler. Aquel ser abominable fue también otro ideólogo que, como la minoritaria izquierda norteamericana en estos momentos, quiso en su tiempo imponer su cultura de la muerte sobre una humanidad confusa y paralizada.

En 1939, Hitler decidió apoderarse de Polonia, mató a 66,000 polacos y en cinco años causó la muerte del 20 por ciento de la población del infortunado país. Decidió entonces seguir con su orgía de sangre asesinando a 6 millones de judíos y, antes de terminar la Segunda Guerra Mundial, había ocasionado la muerte de otros 6 millones de europeos y norteamericanos. Comparemos esas cifras con los 25 millones de criaturas no nacidas asesinadas en los Estados Unidos desde que la Corte Suprema abrió la compuerta del aborto en 1973 con su deplorable fallo de Roe vs Wade. ¿Quién puede negar con cara honesta y conciencia limpia que este haya sido el más horrible de los genocidios? ¿Quién que se proclame creyente de cualquier religión podría dormir tranquilo permitiendo la continuación de esta barbarie?

Para orgullo de los cubanos, uno de los nuestros se juega el futuro político en aras de sus principios morales y religiosos. Ignorando advertencias de quienes le aconsejan cautela por motivos de conveniencia política, el Senador Marco Rubio ha presentado ante la Cámara Alta su proyecto de Ley para la Restauración de la Libertad Religiosa que ya cuenta con el co-patrocinio de otros 20 de sus colegas. Su propósito es cortar el financiamiento de instituciones que promueven el aborto y eliminar las regulaciones que atentan contra el derecho de los ciudadanos a profesar y practicar la religión de su preferencia sin interferencias gubernamentales.

Pero las fuerzas del mal son tan poderosas que ni prelados como Zubik y Dolan, ni políticos como Marco Rubio pueden triunfar sin la ayuda de un electorado comprometido y activo. Quienes aspiremos a un mundo mejor para nuestros hijos y nietos no tendremos descanso en los próximos meses. La tarea, al mismo tiempo exigente y reconfortante, será nada menos que convertir la derrota de 2008 en una rotunda victoria el próximo mes de noviembre.