Mientras, un equipo de fuerzas de paz de Naciones Unidas anunció que tiene previsto aterrizar en Damasco en los próximos dos días para negociar el despliegue de observadores encargados de supervisar la puesta en marcha y mantenimiento de la tregua pactada, según informó el portavoz de Kofi Annan, enviado de la ONU y la Liga Árabe al conflicto.
Más de 9.000 personas han muerto durante el levantamiento popular en Siria, según el recuento de Naciones Unidas. Hace meses que la comunidad internacional insta al régimen de El Asad a poner fin a la represión. Las demandas han caído hasta la fecha en saco roto, a pesar de las amenazas y sanciones procedentes de Estados Unidos y la Unión Europea. La comunidad internacional se resiste, sin embargo, a participar en una intervención militar en el país o incluso a armar a los rebeldes, como quiere Arabia Saudí.
Siria cuenta con el apoyo de Rusia y China, que ejercen de parapeto en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y que hasta el momento han impedido que salga adelante una resolución que pida la salida de El Asad. Los rebeldes, por su parte, dicen estar dispuestos a deponer las armas si los tanques del Ejército dejan de disparar.
Damasco continuó ayer con su retahíla de promesas al asegurar su ministro de Exteriores, Walid Mualem, que hará todo lo posible para que el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) pueda hacer su trabajo. Mualem pronunció su compromiso tras entrevistarse con el presidente del CICR en Damasco. Tanto la Cruz Roja como el plan de paz de Annan, aceptado en teoría por Siria, establecen un alto el fuego diario de dos horas en las que hacer llegar la ayuda humanitaria necesaria a la población y evacuar a los enfermos.
“No hay signos de que pare ¿Dónde están las palabras de Kofi Annan? Nunca las hemos visto en las calles”, se quejaba el activista sirio Morthada al Rashid a la agencia Reuters.