Situada a unos mil 200 kilómetros al sur de Tokio, Nagasaki ha pasado a la historia por ser la segunda ciudad en la que cayó la bomba atómica, que acabó con la vida de 74 mil personas en agosto de 1945.
Pero el lugar es mucho más que eso. No es raro que los visitantes que se acercan a esta provincia, unos 28 millones cada año, se encuentren con una de las muchas iglesias que se levantan a lo largo de la zona. Con una superficie de 4 mil kilómetros cuadrados y cerca de 62 mil habitantes, en la provincia de Nagasaki vive hoy el 14% de todos los católicos de Japón.
La historia del Catolicismo en Japón hunde sus raíces en el naufragio del barco en el que viajaba el jesuita español Francisco Javier en agosto de 1549. El buque logró llegar hasta las costas de la sureña ciudad de Kagoshima, en una época en la que el archipiélago se encontraba en plena guerra civil. Francisco Javier sembró la semilla del catolicismo y varios señores feudales de la época se convirtieron, no solo por motivos religiosos, sino también por el interés en iniciar relaciones comerciales con Occidente y establecer lazos con España y Portugal.
El primer señor feudal católico del que se tiene conocimiento fue Sumitada Omura, bautizado en 1570 y quien un año más tarde abrió al comercio el puerto de Nagasaki. La ciudad tardó muy poco tiempo en ganarse el sobrenombre de la "pequeña Roma" japonesa, puesto que llegó a albergar la sede de los jesuitas, varias iglesias, colegios y hospitales.
Pero la situación cambió a finales del siglo XVI. Inquietas por la creciente influencia católica, las autoridades expulsaron a los misioneros cristianos en 1587 y el puerto de Nagasaki fue el único que logró mantener el comercio con Portugal. Menos de tres décadas después, en 1614, el cristianismo fue oficialmente prohibido en Japón, que en 1639 cerró a cal y canto sus puertas a occidente.
Fue en aquella época cuando los cristianos de Nagasaki se vieron obligados a huir a zonas despobladas del norte de la provincia, como las localidades de Hirado y Sotome, o las islas más lejanas de Goto o Tsushima, lejos de la influencia de las autoridades locales.
Estos creyentes, llamados "Kakure Kirishitan" (cristianos ocultos), mantuvieron su fe durante siglos eludiendo la vigilancia del gobierno. Para ello se asentaron en bahías de difícil acceso o incluso se trasladaron a los bosques. De su paso por esos lugares han quedado algunas peculiares huellas, como espejos o altares dedicados a antepasados budistas, sin aparente relación con las figuras de Jesús o María.